sábado, 1 de octubre de 2011

Historia natural de la urbanización, de Lewis Mumford


La ciudad se ha convertido para muchos de nosotros en un ecosistema. Sin alejarnos de la idea de los hábitats que crean las hormigas o las abejas, la relación entre las colmenas humanas y el entorno natural o “no urbanizado” ha cambiado a lo largo de la historia tendiendo a un desequilibrio muy grave. Si bien es cierto que el tamaño de las ciudades no ha crecido con esa idea progresiva sino que ha habido contracciones y expansiones a lo largo de la historia, si ha aumentado de manera exponencial el grado en el que las ciudades esquilman la tierra y las contradicciones humanas derivadas de la compatibilización entre industria y hábitat. La ciudad es un símbolo en sí mismo, es la civilización frente a lo peligroso del exterior. Una ciudad amurallada no es sólo una defensa frente al ataque enemigo, sino también es un mensaje que marca el limes entre lo ordenado para el hombre, así como un sistema de control político y propaganda análogo a la moneda. Este equilibrio entre ciudad y naturaleza es lo que analiza Mumford en Historia Natural de la Urbanización.

El asentamiento humano en comunidad viene acompañado de la tecnología. Desde el Neolítico (el Mesolítico para algunas zonas de la zona occidental de lo que después será Mesopotamia) el ser humano se hace sedentario y busca una cooperación mayor creando el poblado, una forma ancestral de ciudad. Pero antes que los poblados, podríamos tener en cuenta la costumbre de recurrir a las cavernas para asambleas y reuniones colectivas para la celebración de ceremonias mágicas y que nos deben parecer muy lejanas.

Según Mumford, este primer período cooperativista no presenta propiedad privada, sin embargo, el excedente y la especialización del trabajo lleva al surgimiento de la ciudad. Desde un primer momento podríamos decir que el ser humano otorgaba una contraprestación a la tierra en forma de desechos, tanto propios como consumidos, que fertilizaban el suelo, pero las distancias entre los contactos crecen. Unido a lo anterior, la aparición, de la metalurgia además de crear nuevos intereses en ciertos grupos dentro de las comunidades cuya consecuencia es la propiedad privada y la violencia favorece que la ciudad crezca mediante el drenaje de sur recursos y la mano de obra desde el campo sin que se le devolviera ninguna riqueza equivalente a la tomada. Las ciudades en su interior guardan también espacios agrarios por razones utilitarias, por ejemplo, para abastecerse en caso de asedio. Sin embargo, estos espacios se van a ir reduciendo paulatinamente. Todavía en el Renacimiento los encontramos, por la razón anteriormente mencionada y también por el retroceso urbano que se experimenta durante el Medievo.

Hasta la llegada de la Revolución Industrial en el siglo XIX, Mumford demuestra que, a excepción de algunas ciudades como Roma, la mayoría de poblaciones se han abastecido de su entorno inmediato hasta el siglo XIX. La Revolución Industrial cambia el paisaje, el aumento demográfico mundial que se ha ido acumulando a lo largo de los siglos se concentra en las ciudades y a partir del siglo XVII ya tenemos poblaciones de más de 100.000 habitantes. El paso de la “Edad de las Herramientas” a la “Edad de las Máquinas”, es el fin de los límites productivos y demográficos (mayor rapidez en los transportes, mayor potencia en los agentes de fuerza… pero también, mejora en la alimentación o la inutilidad de los recintos amurallados). A partir de ahí comienza el proceso imparable de expansión a las periferias y la aglomeración suburbana, la despoblación del centro, el derroche en el consumo de energía y productos, el abandono del sector primario, la polución…

En definitiva, con todo esto puesto encima de la mesa, Mumford hace un análisis muy completo, sin necesidad de muchos datos y estadísticas, tan sólo las necesarias para que sea una lectura amena. Es un texto de mediados del siglo XX, no es el escrito de un visionario, sino de un moderno. Aún reconociendo que soy un urbanita, este libro te coloca en deuda con la naturaleza y te hace plantearte si realmente como seres humanos es necesaria la ciudad, en el sentido filosófico del término.

- Una colaboración de Sergio Ramiro Ramírez (Licenciado en Historia del Arte, trabaja especialmente la relación entre poder y mecenazgo durante la Edad Moderna) para tr(a)nshistoria - historia disidente y periférica.

3 comentarios:

Roque dijo...

No lo he leído, pero es un referente para algunos amigos ecologistas que me lo han recomendado en varias ocasiones. Apuntado queda.

Alfonso Molino dijo...

Tiene buena pinta...

julia dijo...

un artículo muy interesante, y dan ganas de leer a mumford... haber vivido en el DF o haber paseado por Buenos Aires o por Managua y leer sobre lo absurdo o no de las ciudades es aprendizaje... besos transhistoria!!!!

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