miércoles, 17 de septiembre de 2014

Los bogomilos


Seamos o no seamos creyentes, la historia del cristianismo, si se conoce bien, resulta una historia interesante, llena de acción, oscuros manejos, romances y guerras santas (y algunas no tanto); un novelón. De hecho, una de sus líneas argumentales podríamos titularla Persecución y tiene que ver con las purgas internas dentro del seno de la cristiandad, la mayoría de ellas orquestadas desde el Vaticano. 

Una de esas sanguinarias persecuciones se llevó a cabo durante el siglo X, un siglo que la historiografía ha considerado crítico, ya no solo por el miedo generalizado al cambio de milenio, sino por la sensación de amenaza permanente experimentada por la Europa cristiana, amenaza por el al-Andalus islámico en el sur, por las tribus magiares en el este y por los pueblos normandos en el norte. Fue en este tiempo turbulento cuando, al este de Europa (sobre todo en Bulgaria), nació una corriente herética que se extendió como la pólvora. Nos referimos a los bogomilos. 

Los bogomilos heredaron algunas de sus creencias de una herejía anterior, la de los paulicianos. Como ellos, los bogomilos tenían una concepción negativa del mundo y de la creación misma. Pensaban que el Dios del Antiguo Testamento, el que supuestamente creó el mundo en siete días, era en realidad un ser maléfico. En otras palabras, creían que todo lo creado era malo y que la vida no se podía experimentar sino como una auténtica condena. En otro orden de cosas, negaban el origen divino de Jesucristo y la validez de los sacramentos. Vivían en comunidades aisladas que formaban en entornos montañosos. Su concepción negativa de la creación, les hacía renunciar a la procreación y reafirmarse en el celibato. Teniendo en cuenta esto, es fácil entender que prohibieran el matrimonio, que practicaran ritos de masturbación colectiva en la que desperdiciaban semen (una fuerza vital y, por lo tanto, maléfica) y que la gente los tomase por homosexuales convencidos. De hecho, la palabra bujarrón deriva de ellos (Wikipedia dixit). 

Como decíamos anteriormente, los bogomilos fueron cazados como ratas y casi exterminados por los ejércitos de los emperadores bizantinos. Sin embargo, su influencia en herejías posteriores, como la de los valdenses o los cátaros es innegable, lo que, hasta cierto punto, implica que su legado se mantuvo vivo mucho más tiempo, al menos hasta XIII. 

- En el número 2/10 de COTARRO.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Trincheras de papel y lienzo: creadores en la Gran Guerra



Este año se cumple el centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra. No tenemos espacio suficiente para bucear en la causas ni tampoco creemos que un fanzine sea el lugar más apropiado para investigar sus consecuencias, pero no queríamos pasar la oportunidad de realizar un acercamiento al tema desde un punto de vista relativamente inusual, pues hablaremos de la influencia de la Gran Guerra en algunos creadores –artistas y escritores– de la época.
Otto Dix (1891-1969)

Sin duda alguna, Sin novedad en el frente, publicada en 1929, es la obra que, bajo nuestro punto de vista, mejor describe los horrores del frente y es capaz de trasmitir el cambio en la mentalidad de los jóvenes soldados. Muchos de ellos, como aparece en la novela, llegaron a las tricheras con los ideales patrióticos indemnes y salieron de ellas destrozados física y anímicamente, renegando de la guerra y las proclamas nacionalistas. Su autor, Erich Maria Remarque tuvo que exiliarse en los EE.UU. tras la subida al poder de los nazis, que llegaron a quemar sus libros.

Otros escritores, sin embargo, acogieron el estallido de la Gran Guerra como un acontecimiento al que, de una manera o de otra, no se podía faltar. Robert Graves fue uno de ellos. Su entusiasmo le duraría poco. Herido de gravedad en la Batalla del Somme, donde participarían otros escritores como J.R.R. Tolkien o Ernst Jünger, dejó un testimonio del horror en Adiós a todo eso. Su vida, al igual que la de tantos otros, quedó marcada a sangre y fuego por la experiencia bélica.

Hubo otros escritores que, a diferencia de Graves, tuvieron menos “suerte”. Hector Hugh Munro, conocido por su pseudónimo Saki, fue abatido por un francotirador en noviembre de 1916. También Wilfred Owen, poeta británico autor del impresionante poemario Poemas de de Guerra, murió una semana antes de que acabara el conflicto bélico; de hecho, su madre recibió el telegrama comunicando la muerte de su hijo el día que se firmaba el armisticio.

También fueron varios los pintores afamados que murieron en el conflicto. August Macke y Fran Marz fueron dos de ellos. De este último, pintor expresionista del grupo Der Blaue Reiter, se conservan algunas cartas donde muestra su terrible desesperación (compartida con su propia generación).
Céline, otro escritor en la Gran Guerra

Otros pintores alemanes vieron la muerte de cerca y mostraron en su obra los horrores de la Gran Guerra. Max Beckmann, por ejemplo, se alistó para servir como médico y tuvo que regresar del frente debido a un colapso nervioso. Tras el final de la guerra publicó una serie de litografías titulada El infierno. Ernst Ludwig Kirchner, otro reconocido pintor expresionista, también sufrió una parálisis nerviosa que contribuyó a empeorar su equilibrio mental, ya frágil antes de tomar las armas.

Pero sería otro autor expresionista alemán, Otto Dix, quien –a la manera de Goya– mejor describiría los desastres de la guerra. Dix se alistó como artillero y combatió en los frentes ruso y francés. Su experiencia en las trincheras le hizo renegar de los valores patrióticos inculcados por la prensa nacionalista alemana. Como soldado veterano, padeció la guerra química y los ataques de artillería pesada que solían quebrar el ánimo y la mente de miles de soldados. Esa angustia cotidiana, ese pavor diario, junto con el absurdo consecuente, trabaron en la personalidad de Dix un pesimismo de carácter existencial que, a decir verdad, no le abandonaría durante toda su vida, quedando plasmado en su obra pictórica.

- Publicado en el número 6/10 de COTARRO.
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