domingo, 14 de noviembre de 2010

Antropología, literatura, supervivencia (2)

El viajero antropológico se encuentra en la posición opuesta. Durante lo que parece un período de tiempo extraordinariamente largo, permanece aislado en otros mundos, donde se plantea problemas cósmicos y envejece de forma considerable, para regresar y descubrir que tan sólo han pasado unos meses. La bellota que plantó no se ha convertido en un árbol, apenas ha tenido tiempo de sacar un débil brote, sus hijos no se han vuleto adultos y únicamente sus amigos más íntimos han notado su ausencia.

Además, resultamente ciertamente insultante comprobar lo bien que funciona el mundo sin uno. Mientras el viajero ha estado cuestionando sus creencias más fundamentales, la vida ha seguido su curso sin alteraciones. Los amigos siguen coleccionando cazuelas francesas idénticas y la acacia del fondo del jardín sigue creciendo esplendidamente.

El antropólogo que regresa a casa no espera una bienvenida de héroe, pero la frialdad de algunos amigos parece excesiva.

- De El antropólogo inocente, Nigel Barley (Anagrama. Barcelona: 1989).

jueves, 11 de noviembre de 2010

Antropología, literatura, supervivencia

Por otra parte, Jon era orgulloso propietario de doce cajas de literatura barata que prestaba generosamente, y mantengo que fue esto, sobre todo lo demás, lo que me mantuvo cuerdo mientras estuve en el país Dowayo. Las interminables esperas entre una ceremonia y otra, las terriblemente aburridas veladas que empezaban a las siete de la tarde, cuando ya se habían acostado todos los dowayos, perdieron parte de su efecto frustrante al disponer de algo que leer. El trabajo de campo se convirtió en la experiencia literaria más intensa de mi vida. Hasta entonces jamás se me había presentado una oportunidad tan propicia para la lectura. Leía sentado en las piedras, mientras descansaba de una subida, tumbado junto a los riachuelos, acurrucado dentro de una choza bajo el resplandor de la luna o esperando en los cruces a la luz de la lámparas de aceite. Siempre llevaba encima uno de los libros de bolsillo de Jon. Cuando me fallaban los planes o alguien incumplía un juramento sagrado, simplemente metía la marcha de trabajo de campo, sacaba mi librito y hacía gala de más paciencia que los propios dowayos.
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