sábado, 29 de octubre de 2011

De la mano de Walter Benjamin (III)


Benjamin también entra en polémica con las filosofías de la historia que remiten al sinsentido del presente a un sentido futuro. Esas concepciones de la historia anuncian que todas las injusticias, atropellos y barbaridades de la historia acabarán reciclándose o metabolizándose en sentido histórico. El futuro y no el pasado, nos salvará.

El pensador alemán denucia esas teorías de la historia por ideologías del progreso y las rechaza en base a dos razones. La primera, por confundir arteramente progreso técnico con progreso moral. Con el primero hemos conseguido el dominio de la naturaleza y de paso, también, del hombre. Benjamin rescató con la paciencia de un coleccionista los sueños de emancipación que el hombre asoció a la llegada de la moderna técnica. El siglo XIX se creyó el sueño de Leonardo da Vinci, es decir, que los aviones vendrían de los Alpes con nieve para aliviar a los romanos de su ferragosto, pero lo que de hecho ha ocurrido es que los aviones han llenado las trincheras de sangre. La segunda crítica se dirige al carácter inagotable, perfectible e invencible del progreso: inagotable porque el tiempo y los recursos de la naturaleza y del hombre son infinitos; perfectible, porque la evolución del mundo y del hombre va siempre a mejor, como bien demuestra el darwinismo social; e imbatible porque el hombre y la sociedad funcionan como la naturaleza, con leyes contra las que es mejor no luchar. Una de las consecuencias más mefastas de esta creencia en la perfectividad del hombre y del mundo, es la pereza. Cuenta Kafka en La muralla china que los constructores de la Torre de Babel de hecho nunca pusieron la primera piedra. Como tenían todo el tiempo del mundo por delante, no se molestaron en comenzar la obra.

- De La herencia del olvido, Reyes Mate. Errata Naturae. Madrid: 2008. Premio Nacional de Ensayo 2009.

lunes, 24 de octubre de 2011

De la mano de Walter Benjamin (II)


Rosenzweig muere en 1929, cuatro años antes de que los nazis ganen las elecciones [...] Un lector atento de Rosenzweig, Walter Benjamin, va a adentrarse por las vías críticas abiertas por aquél, persiguiendo los rastros de esa violencia política.

La violencia política no la sitúa Benjamin tanto en la totalidad subyacente al pensamiento occidental, cuanto en la insignificancia de lo singular para ese mismo conocimiento. Es como si sólo supiéramos pensar a lo grande: en vez de pensar al hombre real construimos un sujeto trascendental -la humanidad- que sería el sujeto de los derechos humanos, por ejemplo. Ahora bien, si aceptamos como doctrina indiscutible la existencia de los derechos humanos, mientras en la realidad de los hombres concretos brilla por su ausencia, será porque para la verdad de esa doctrina lo importante es el sujeto trascendental y no los sujetos reales. Esto quiere decir que para esa doctrina o, mejor, para la filosofía que segrega este tipo de doctrinas, la realidad concreta es in-significante, por eso puede la humanidad gozar de buena salud aunque los hombres de carne y hueso estén en las últimas. El peligro de este tipo de construcciones teóricas es que pueden justificar cualquier proyecto que apunte muy alto, aunque tenga un severo costo humano y social, porque lo concreto, al carecer de significación teórica, ni valida ni invalida al proyecto general.

- De La herencia del olvido, Reyes Mate. Errata Naturae. Madrid: 2008. Premio Nacional de ensayo 2009.

sábado, 22 de octubre de 2011

De la mano de Walter Benjamin (I)


La teoría socialdemócrata, y todavía más su praxis, ha sido determinada por un concepto de progreso que no se atiene a la realidad, sino que tiene pretensiones dogmáticas. El progreso, tal y como se perfilaba en las cabezas de la socialdemocracia, fue un progreso en primer lugar de la humanidad misma (no sólo de sus destrezas y conocimientos). En segundo lugar era un progreso inconcluible (en correspondencia con la infinita perfectibilidad humana). Pasaba por ser, en tercer lugar, esencialmente incesante (recorriendo por su propia virtud una órbita recta o en forma de espiral). Todos estos predicados son controvertibles y en cada uno de ellos podría iniciarse la crítica. Pero si ésta quiere ser rigurosa, deberá buscar por detrás de todos esos predicados y dirigirse a algo que le es común. La representación de un progreso del género humano en la historia es inseparable de la representación de la prosecución de ésta a lo largo de un tiempo homogéneo y vacío. La crítica a la representación de dicha prosecución deberá constituir la base de la crítica a tal representación del progreso.

Tesis de filosofía de la historia, Walter Benjamin

sábado, 1 de octubre de 2011

Historia natural de la urbanización, de Lewis Mumford


La ciudad se ha convertido para muchos de nosotros en un ecosistema. Sin alejarnos de la idea de los hábitats que crean las hormigas o las abejas, la relación entre las colmenas humanas y el entorno natural o “no urbanizado” ha cambiado a lo largo de la historia tendiendo a un desequilibrio muy grave. Si bien es cierto que el tamaño de las ciudades no ha crecido con esa idea progresiva sino que ha habido contracciones y expansiones a lo largo de la historia, si ha aumentado de manera exponencial el grado en el que las ciudades esquilman la tierra y las contradicciones humanas derivadas de la compatibilización entre industria y hábitat. La ciudad es un símbolo en sí mismo, es la civilización frente a lo peligroso del exterior. Una ciudad amurallada no es sólo una defensa frente al ataque enemigo, sino también es un mensaje que marca el limes entre lo ordenado para el hombre, así como un sistema de control político y propaganda análogo a la moneda. Este equilibrio entre ciudad y naturaleza es lo que analiza Mumford en Historia Natural de la Urbanización.

El asentamiento humano en comunidad viene acompañado de la tecnología. Desde el Neolítico (el Mesolítico para algunas zonas de la zona occidental de lo que después será Mesopotamia) el ser humano se hace sedentario y busca una cooperación mayor creando el poblado, una forma ancestral de ciudad. Pero antes que los poblados, podríamos tener en cuenta la costumbre de recurrir a las cavernas para asambleas y reuniones colectivas para la celebración de ceremonias mágicas y que nos deben parecer muy lejanas.

Según Mumford, este primer período cooperativista no presenta propiedad privada, sin embargo, el excedente y la especialización del trabajo lleva al surgimiento de la ciudad. Desde un primer momento podríamos decir que el ser humano otorgaba una contraprestación a la tierra en forma de desechos, tanto propios como consumidos, que fertilizaban el suelo, pero las distancias entre los contactos crecen. Unido a lo anterior, la aparición, de la metalurgia además de crear nuevos intereses en ciertos grupos dentro de las comunidades cuya consecuencia es la propiedad privada y la violencia favorece que la ciudad crezca mediante el drenaje de sur recursos y la mano de obra desde el campo sin que se le devolviera ninguna riqueza equivalente a la tomada. Las ciudades en su interior guardan también espacios agrarios por razones utilitarias, por ejemplo, para abastecerse en caso de asedio. Sin embargo, estos espacios se van a ir reduciendo paulatinamente. Todavía en el Renacimiento los encontramos, por la razón anteriormente mencionada y también por el retroceso urbano que se experimenta durante el Medievo.

Hasta la llegada de la Revolución Industrial en el siglo XIX, Mumford demuestra que, a excepción de algunas ciudades como Roma, la mayoría de poblaciones se han abastecido de su entorno inmediato hasta el siglo XIX. La Revolución Industrial cambia el paisaje, el aumento demográfico mundial que se ha ido acumulando a lo largo de los siglos se concentra en las ciudades y a partir del siglo XVII ya tenemos poblaciones de más de 100.000 habitantes. El paso de la “Edad de las Herramientas” a la “Edad de las Máquinas”, es el fin de los límites productivos y demográficos (mayor rapidez en los transportes, mayor potencia en los agentes de fuerza… pero también, mejora en la alimentación o la inutilidad de los recintos amurallados). A partir de ahí comienza el proceso imparable de expansión a las periferias y la aglomeración suburbana, la despoblación del centro, el derroche en el consumo de energía y productos, el abandono del sector primario, la polución…

En definitiva, con todo esto puesto encima de la mesa, Mumford hace un análisis muy completo, sin necesidad de muchos datos y estadísticas, tan sólo las necesarias para que sea una lectura amena. Es un texto de mediados del siglo XX, no es el escrito de un visionario, sino de un moderno. Aún reconociendo que soy un urbanita, este libro te coloca en deuda con la naturaleza y te hace plantearte si realmente como seres humanos es necesaria la ciudad, en el sentido filosófico del término.

- Una colaboración de Sergio Ramiro Ramírez (Licenciado en Historia del Arte, trabaja especialmente la relación entre poder y mecenazgo durante la Edad Moderna) para tr(a)nshistoria - historia disidente y periférica.
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