jueves, 11 de noviembre de 2010

Antropología, literatura, supervivencia

Por otra parte, Jon era orgulloso propietario de doce cajas de literatura barata que prestaba generosamente, y mantengo que fue esto, sobre todo lo demás, lo que me mantuvo cuerdo mientras estuve en el país Dowayo. Las interminables esperas entre una ceremonia y otra, las terriblemente aburridas veladas que empezaban a las siete de la tarde, cuando ya se habían acostado todos los dowayos, perdieron parte de su efecto frustrante al disponer de algo que leer. El trabajo de campo se convirtió en la experiencia literaria más intensa de mi vida. Hasta entonces jamás se me había presentado una oportunidad tan propicia para la lectura. Leía sentado en las piedras, mientras descansaba de una subida, tumbado junto a los riachuelos, acurrucado dentro de una choza bajo el resplandor de la luna o esperando en los cruces a la luz de la lámparas de aceite. Siempre llevaba encima uno de los libros de bolsillo de Jon. Cuando me fallaban los planes o alguien incumplía un juramento sagrado, simplemente metía la marcha de trabajo de campo, sacaba mi librito y hacía gala de más paciencia que los propios dowayos.

2 comentarios:

Mikel Caverna dijo...

Lo que me pude reir con este libro!!!!

Juan Cruz López dijo...

A mí me está gustando mucho!

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