
El texto ha sido extraído del divertidísimo libro The King Mob. Nosotros, el Partido del Diablo, que edita La Felguera y coodina Servando Rocha.

"Necesitamos de la historia, pero la necesitamos de otra manera a como la necesita el holgazán mimado en los jardines del saber". F. Nietzsche


Quico Sabaté, miembro de los grupos de autodefensa confederales. Hombre de acción que, una vez que los franquistas se salieron con la suya, decidió tirarse al monte para seguir luchando contra ellos. Aunque el monte de Quico fue la ciudad. Porque la guerrilla urbana antifranquista es anarquista. Formada por hombres como Sabaté o Facerías, que cruzaron la frontera una y mil veces para conseguir fondos que sirvieran de ayuda a los presos, a la organización. Que cruzaron la frontera para panfletear las calles de Barcelona en los años de hierro de los primeros cuarenta, llamando permanentemente a la insurrección (contra los consejos de los propios hombres de poder del exilio cenetista, contra la lógica de los que decían que no se podía hacer nada, contra todo y contra todos).
Quico Sabaté, desde aquí mucho más que lo que decía al principio (eso de que era un hombre de acción...). Desde aquí un hombre con coraje, incansable, noble y disciplinado. Desde aquí un hombre incansable en la lucha contra el fascismo que lo pagó bien caro, que acabó de la única manera que a él se le antojaría digna. Mucho más que un hombre de los que empuñaban la star, digo.
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Volvemos a Jaén. Un día vi a una chica leyendo un libro que yo había leído unos meses antes. Entonces me pregunté qué demonios hacía una rubia leyendo una biografía sobre Quico Sabaté en un autobús urbano de Jaén... Recuerdo que me sentí irremediablemente feliz, reconciliado con la vida misma, sin saber demasiado bien por qué. También recuerdo que antes de bajarme me quité una chapa de la anarcosindical y se la regalé. Creo que le dije toma, una chapa de las que llevaría Quico. Luego me arrepentí de haberle dicho eso, pero no se me borró la sonrisa. Imposible, era demasiado feliz entonces. Sigues vivo, lo pensé como lo pienso ahora, y me lo dije a mí como si dijera lo que no tenía discusión alguna: que Quico sigue vivo, que sigue cabalgando por las calles de Barcelona, su fantasma, junto a todos los que le recordamos. Para siempre.
En el antiguo hogar comunista, que comprendía numerosas parejas conyugales con sus hijos, la dirección del hogar, confiada a las mujeres, era también una industria socialmente tan necesaria como el cuidado de proporcionar los víveres, cuidado que se confió a los hombres. Las cosas cambiaron con la familia patriarcal y aún más con la familia individual monogámica. El gobierno del hogar perdió su carácter público. La sociedad ya no tuvo nada que ver con ello. El gobierno del hogar se transformó en "servicio privado"; la mujer se convirtió en la criada principal, sin tomar ya parte en la producción social. Sólo la gran industria de nuestros días le ha abierto de nuevo -aunque sólo a la proletaria- el camino de la producción social.