Portada de uno de sus discos |
Teníamos muchas ganas de hablar de él. Siempre simpático, siempre directo, la figura de Hanns Eisler ―a pesar de ser prácticamente desconocida por estos lares― no pierde su brillo en la historia secreta de los artistas rebeldes.
Eisler fue un compositor de música alemán que comenzó su carrera en la turbulenta República de Weimar. Vinculado estéticamente a la escuela de la Nueva Objetividad, más conocida en pintura por autores como Otto Dix o George Grosz, comenzó a destacar a raíz de componer la música de varias obras teatrales de su amigo Bertolt Bretch. A partir de ahí, sus canciones fueron utilizadas en películas y espectáculos, convirtiéndose algunas (en especial la Canción de la Solidaridad) en verdaderos himnos populares conocidos por todos los trabajadores de los barrios industriales de Alemania.
Eisler (derecha) junto a Bertol Brecht |
Como otros muchos artistas de esta época, la llegada al poder de los nazis le obligó a exiliarse. Eisler eligió emigrar a los Estados Unidos, donde, a pesar de los duros comienzos, se labró un presente brillante, ejerciendo la docencia en prestigiosas escuelas, componiendo música de cámara de carácter experimental e incluso trabajando para la industria del cine. No obstante, la situación cambió pocos años después. Concretamente, la carrera de Eisler en los Estados Unidos se vio truncada debido a que cayó bajo el punto de mira del Comité de Actividades Antiamericanas. Acusado de tener afinidad con la Unión Soviética, en 1948 fue deportado fulminantemente; un hecho que le obligó a buscar refugio en la República Democrática Alemana.
Allí fue bien recibido en un primer momento. De hecho, Eisler fue el autor del himno de la antigua Alemania comunista. También retomó su labor docente en el conservatorio de Berlín. Pero pocos años después, y tras realizar una versión muy personal de Fausto, se ganó la animadversión de los censores culturales del régimen de la RDA. A partir de ahí, sur relaciones con el gobierno comunista se fueron tensando cada vez más, de tal forma que fue llamado a declarar en más de una ocasión para garantizar su adhesión al régimen.
Siempre incómodo, la vida de Hanns Eilser podría ser el argumento de una buena película; una vida en la que fue ganando amistades tan valiosas como la de Chaplin o Stravinski. Sus últimos años estuvieron marcados por una profunda depresión, ocasionada, entre otros factores, por la muerte de su gran amigo Bertolt Bretch.
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